La escuela del siglo XXI

La escuela del siglo XXI

Estos días hemos leído en el periódico El País la noticia de que un joven psicólogo español, Alfredo Hernando, con la ayuda de la Fundación Telefónica, acaba de publicar el libro Viaje a la escuela del siglo XXI. Así trabajan los colegios más innovadores del mundo, que se puede descargar gratuitamente en la web de la Fundación. El autor ha dedicado una serie de años a recorrer 50 de los mejores colegios del mundo, en países como España, Chile, Perú, Italia o Finlandia.

Me gustaría saber qué caracteriza a una buena escuela. Creo que no es fácil saberlo, sobre todo porque actúan factores muy heterogéneos. Se habla mucho de la importancia de la innovación educativa, pero ¿cuántas de estas innovaciones son realmente efectivas? ¿Y cómo se mide esta efectividad? En ocasiones nos llevamos sorpresas, porque descubrimos que sistemas educativos en apariencia fracasados, como el sueco, luego da profesionales muy competentes, con un alto nivel de productividad laboral. Una de las explicaciones posibles es que tan importante como la escuela es la calidad del tejido empresarial de un país, así como su inversión en I+D, ya que aprendemos tanto en la práctica como en el aula. Es una hipótesis plausible.

Personalmente, creo que la clave de una buena escuela son sus maestros: un profesional bien formado, con inquietud y, sobre todo, con empatía emocional con los alumnos marca la diferencia. Ello exige una buena selección del profesorado, su continua formación y también que gocen de una cierta autonomía para experimentar y llevar a cabo pruebas en el aula.

Algunos de los mejores modelos educativos –como los de Finlandia o Corea del sur- se basan precisamente en esta triple premisa: libertad, confianza y prestigio.Libertad para experimentar; confianza en el trabajo de los profesionales; y un prestigio merecido.

En segundo lugar, creo que es fundamental estar muy atentos, desde edades muy tempranas, a las primeras dificultades de los niños. Esto exige una atención muy individualizada, pero –a largo plazo- permite garantizar niveles muy altos de éxito escolar. Además, la atención individualizada constituye uno de los mejores protectores en contra de las diferencias en los niveles socioculturales de las familias de los alumnos.

En tercer lugar, la implicación de los padres es fundamental, por lo que invertir en una buena escuela de padres resulta clave. Insistir en la importancia de mantener unas rutinas en casa, establecer unos límites al mismo tiempo que se fomenta su autonomía y creatividad, adquirir un sano hábito lector desde la infancia, etc.; todo ello, facilita y mucho la labor de los colegios.

Más allá de esto, las escuelas de éxito parecen apostar por la creatividad, el trabajo en equipo, las inteligencias múltiples y el autoaprendizaje. No sé si hay mucho o poco de márketing en esta apuesta; aunque, como en todo, la respuesta seguramente sea mixta: ni tanto ni tan poco. La clave, para mi, reside en los puntos anteriores. Y si se trabajan bien estos puntos, entonces todo lo demás irá de suyo. No existen soluciones perfectas ni universales, pero sí entornos educativos que funcionan mejor que otros.